viernes, 26 de febrero de 2010

«SI SIEMPRE ME CONFIESO DE LO MISMO...»


 

Cómo desmontar las 14 excusas más habituales para no confesarse


 

«Me confieso directamente con Dios»; «no sirve de nada, siempre vuelvo a caer»; «me da vergüenza»... son solo algunas de ls excusas más frecuentes para no confesarse. Tienen respuesta y solución.


 

Actualizado 22 febrero 2010

 Eduardo Volpacchio/La Senda

  
 

Cuando se trata de acercarse al sacramento de la confesión es muy común escuchar algunos de los siguientes «motivos» para justificar su inutilidad o su inconveniencia. Estos son los 14 más habituales: 

 
 

1 ¿Quién es el señor cura para perdonar los pecados?

Sólo Dios puede perdonarlos Sabemos que el Señor les dio ese poder a los Apóstoles; además, ese argumento lo he leído antes… precisamente en el Evangelio: lo decían los fariseos, indignados, cuando Jesús perdonaba los pecados… (consúltese Mt 9, 1-8).

 
 

2 Yo me confieso directamente con Dios, sin intermediarios

Genial … pero hay algunos «peros» que se tienen que considerar… ¿Cómo sabes que Dios acepta tu arrepentimiento y te perdona? ¿Escuchas alguna voz celestial que te lo confirma?

 
 

¿Cómo sabes que estás en condiciones de ser perdonado? Te darás cuenta de que la cosa no es tan sencilla… Una persona que roba un banco y se niega a devolver el dinero, por más que se confiese directamente con Dios o con un sacerdote, si no tiene intención de reparar el daño hecho -en este caso, devolver el dinero-, no puede ser perdonada… porque ella misma no quiere «deshacerse» del pecado.

 
 

Por otro lado, este argumento no es nuevo: hace casi 1600 años, San Agustín replicaba a quien argumentaba del mismo modo: «Nadie piense: yo obro privadamente, de cara a Dios… ¿Es que sin motivo el Señor dijo: "Lo que atareis en la tierra, será atado en el Cielo"? ¿Acaso les fueron dadas a la Iglesia las llaves del Reino de los Cielos sin necesidad? Al proceder así, frustramos el Evangelio de Dios, hacemos inútil la palabra de Cristo».

 
 

3 ¿Por qué le voy a decir mis pecados a un hombre como yo?

Porque ese hombre no es un hombre cualquiera: tiene el poder especial para perdonar los pecados (el Sacramento del Orden). Esa es la razón por la que tienes que acudir a él.

 
 

4 ¿Por qué le voy a decir mis pecados a un hombre que es tan pecador como yo? 

El problema no radica en la «cantidad» de pecados: si es menos, igual o más pecador que tú…. No vas a confesarte porque sea santo e inmaculado, sino porque te puede dar la absolución, un poder que tiene por el Sacramento del Orden, y no por su bondad. Es una suerte -en realidad, una disposición de la sabiduría divina- que el poder de perdonar los pecados no dependa de la calidad personal del sacerdote, cosa que sería terrible, ya que uno nunca sabría quién sería suficientemente santo como para perdonar. Además, el hecho de que sea un hombre y que como tal tenga pecados, facilita la confesión: precisamente porque sabe en carne propia lo que es ser débil, te puede entender mejor.

 
 

5 Me da vergüenza

Es lógico, pero hay que superarla. Hay un hecho comprobado universalmente: cuanto más te cueste decir algo, tanto mayor será la paz interior que consigas después de decirlo. Y cuesta, precisamente, porque te confiesas poco; en cuanto lo hagas con frecuencia, verás como superarás esa vergüenza.

 
 

Asimismo, no creas que eres tan original…. Lo que vas a decir, el sacerdote ya lo ha escuchado miles de veces. A estas alturas de la historia, es difícil creer que puedas inventar pecados nuevos.

 
 

Por último, no te olvides de lo que nos enseñó un gran santo: el Diablo quita la vergüenza para pecar, y la devuelve aumentada para pedir perdón. No caigas en su trampa.

 
 

6 Siempre me confieso de lo mismo 

Eso no es problema. Hay que confesar los pecados que uno ha cometido, y es bastante lógico que nuestros defectos sean siempre más o menos los mismos. Sería terrible ir cambiando constantemente de defectos; además, cuando te bañas o lavas la ropa, no esperas que aparezcan manchas nuevas, que nunca antes habías tenido; la suciedad es más o menos siempre del mismo tipo. Para desear estar limpio basta con querer remover la mugre… independientemente de cuán original u ordinaria sea.

 
 

7 Siempre confieso los mismos pecados 

No es verdad que sean siempre los mismos pecados: son diferentes, aunque sean de la misma especie. Si yo insulto a mi madre diez veces, no se trata del mismo insulto, cada vez es uno distinto; así como no es lo mismo matar a una persona que a diez: si asesiné a diez no es el mismo pecado, sino diez asesinatos distintos. Los pecados anteriores ya me han sido perdonados, ahora necesito el perdón de los «nuevos», es decir, de los cometidos desde la última confesión.

 
 

8 Confesarme no sirve de nada, sigo cometiendo los pecados que confieso 

El desánimo puede hacer que pienses: «es lo mismo si me confieso o no, total, nada cambia, todo sigue igual». No es verdad. El hecho de que uno se ensucie, no hace concluir que es inútil bañarse. Alguien que se baña todos los días, se ensucia igual todos los días. Pero gracias a que se baña, no va acumulando mugre, y puede lucir limpio. Lo mismo pasa con la confesión. Si hay lucha, aunque uno caiga, el hecho de ir sacándose de encima los pecados hace que sea mejor. Es mejor pedir perdón, que no pedirlo. Pedirlo nos hace mejores.

 
 

9 Sé que voy a volver a pecar, lo que muestra que no estoy arrepentido 

Depende… Lo único que Dios me pide es que esté arrepentido del pecado cometido y que ahora, en este momento, esté dispuesto a luchar por no volver a cometerlo. Nadie pide que empeñemos el futuro que ignoramos. ¿Qué va a pasar en quince días? No lo sé. Se me pide que tenga la decisión sincera, de verdad, ahora, de rechazar el pecado. El futuro hay que dejarlo en las manos de Dios.

 
 

10 ¿Y si el confesor piensa mal de mí?

El sacerdote está para perdonar. Si pensara mal, sería un problema suyo del que tendría que confesarse. De hecho, siempre tiende a pensar bien: valora tu fe (sabe que si estás ahí contando tus pecados, no es por él, sino porque crees que él representa a Dios), tu sinceridad, tus ganas de mejorar, etcétera.

 
 

Supongo que te darás cuenta de que sentarse a escuchar pecados, gratuitamente -sin ganar un peso-, durante horas, si no se hace por amor a las almas, no se hace. De ahí que, si te dedica tiempo, te escucha con atención, es porque quiere ayudarte y le importas. Aunque no te conozca te valora lo suficiente como para querer ayudarte a ir al Cielo.

 
 

11 ¿Y si el sacerdote después le cuenta a alguien mis pecados?

No te preocupes por eso. La Iglesia cuida tanto este asunto que aplica la pena más grande que existe en el Derecho Canónico -la excomunión- al sacerdote que se atreviera a decir algo que conoce por la confesión. De hecho hay mártires por el sigilo sacramental: sacerdotes que han muerto por no revelar el contenido de la confesión.

 
 

12 Me da pereza

Puede ser toda la verdad que quieras, pero no creo que sea un obstáculo verdadero, puesto que es bastante fácil de superar. Es como si uno dijese que hace un año que no se baña porque le da pereza…

 
 

13 No tengo tiempo

No creo que te creas que en los últimos meses no hayas tenido disponibles diez minutos para confesarte. ¿Te animarías a comparar cuántas horas de televisión has visto en ese tiempo? Multiplica el número de horas diarias que ves por el número de días.

 
 

14 No encuentro un padre 

Los sacerdotes no son una raza en extinción, hay miles de ellos. En el último de los casos, en la sección amarilla busca el teléfono de tu parroquia; si ignoras el nombre, busca por la diócesis, así será más sencillo. De este modo podrás saber, en tres minutos como máximo, el nombre de un padre con el que te puedes confesar, e incluso concertar una cita para que no tengas que esperar.


 


 

Cortesía de Alejo Fernández

Mérida (España), 22 de febrero de 2010

Alejo Fernández Pérez

Alejo1926@gmail.com

En el centro de la pasión humana

José Luis Restán24/02/2010

En su magisterio acuciante y espléndido, prodigado a manos llenas estos días, Benedicto XVI ha insistido en dos ideas convergentes que llaman especialmente la atención: la maternidad de la Iglesia y la compasión como dimensión esencial del sacerdote. Son claves esenciales para dar su forma justa a la respuesta que el momento histórico presente demanda de la Iglesia.

 
 


En la homilía de Nuestra Señora de Lourdes comienza mi sorpresa. Allí el Papa habla del Magníficat explicando que "no es el cántico de aquellos a quienes sonríe la fortuna, que tienen siempre el viento en popa; es más bien la acción de gracias de quien conoce los dramas de la vida, pero confía en la obra redentora de Dios. Es un canto que expresa la fe probada de generaciones de hombres y mujeres que han puesto en Dios su esperanza y se han comprometido en primera persona, como María, en ser de ayuda a los hermanos en necesidad". La Iglesia, podríamos decir, es esta sucesión de generaciones de hombres y mujeres que han probado la fe, que han verificado su capacidad de generar y sostener lo humano incluso en medio de las dificultades y derrotas de la vida. Una fe que genera un vínculo de ayuda, una comunidad más fuerte y permanente que la que establecen los vínculos de la carne y de la sangre.

Pero hay un segundo momento aún más conmovedor: "la Iglesia, como María, guarda dentro de sí los dramas del hombre y el consuelo de Dios, los tiene juntos, a lo largo de su peregrinación en la historia". Así pues, la Iglesia, para ser ella misma, debe conservar siempre unidos en un permanente diálogo el drama del hombre y la respuesta de Dios. Fue el propio cardenal Ratzinger quien diagnosticó que la crisis de la predicación cristiana depende en buena medida de que las respuestas de la fe (aun siendo correctas) dejaron a un lado las preguntas de los hombres, resultando así ineficaces. Qué extraordinario valor tiene este apunte para dar forma hoy a la evangelización, a la presencia católica en la ciudad secular, para desarrollar ese diálogo con los no creyentes al que el Papa nos reclama con insistencia. Pero también para la educación en la fe de las propias comunidades cristianas, en la que es decisivo mostrar cómo la fe responde al drama del corazón humano en todas sus facetas.

Los cristianos no somos gente perfectamente puesta en orden, subida en su torre de marfil desde cuya altura disecciona con suficiencia las penalidades y miserias del mundo. Nuestros pies se hunden en el barro de la tierra, nuestro corazón sangra y anhela como el de todos, y nuestra libertad experimenta debilidad y cansancio en la prosecución fatigosa del bien. No somos la cofradía de los que les va viento en popa, sino la comunidad de los que por pura gracia han encontrado a Jesucristo presente, y por eso experimentan ya en medio de muchos tumultos y derrotas su compañía que nos libera del mal y sostiene nuestra esperanza. De aquí nace una mirada hacia el mundo como la de Jesús cuando lloró ante Jerusalén: ¡si conocieras el don de Dios!

 
 

En una sociedad crecientemente alejada de la tradición cristiana que ha forjado nuestra historia, en un mundo confuso y atribulado en el que tantos buscan desesperadamente respuestas por caminos oscuros y sin salida, los cristianos debemos aprender esa mirada de Jesús, debemos tener siempre viva esa chispa que conecta la herida del corazón con la presencia del Resucitado en medio de su Iglesia. Y esto me permite traer a colación la Lectio divina pronunciada por Benedicto XVI ante todos los párrocos de Roma al hilo de una lectura de la Carta a los Hebreos, en el fragmento en que dice que el sacerdote "debe ser uno con compasión hacia quienes están en la ignorancia y el error, estando él mismo revestido de debilidad". Y el Papa añade que "un elemento esencial de nuestro ser hombres es la compasión, es el sufrir con los otros... la verdadera humanidad es participar realmente en el sufrimiento del ser humano, ser un hombre de compasión, o sea, estar en el centro de la pasión humana, llevar con los otros sus sufrimientos, las tentaciones de nuestro tiempo". Es cierto que el Papa habla aquí a los sacerdotes y de los sacerdotes, pero no creo abusar si digo que señala una dimensión esencial de todo cristiano.             

Nada tiene que ver esta compasión tan hondamente descrita con el relativismo o el sentimentalismo, sino con el amor que remueve las entrañas del propio Creador del universo frente a la peripecia del hombre, ese amor cuya única medida exacta es Jesús, el Verbo encarnado, clavado en una cruz. Los cristianos nacemos de ese gesto, y por eso no podemos retirarnos a nuestra ciudadela sino que debemos estar inmersos en la pasión de este mundo (en la soledad, el desconsuelo, la ignorancia de Dios, la rebeldía frente a su designio) para llevarlo hasta Él. Claro que el Papa advierte que esto sólo será posible si mantenemos el corazón fijo en Dios a través de la pertenencia obediente y sencilla a su Iglesia, pero conmueve el apremio que dirige en primer lugar a sus sacerdotes para que no se queden en el umbral, sino que entren de lleno en el pantano de la pasión de nuestro tiempo. Hace falta coraje, inteligencia, pero sobre todo un amor humilde y lleno de gratitud por lo que nos ha sucedido

TRIUNFÓ LA VIDA!!!

Comodoro Rivadavia, Argentina

En un fallo memorable la Cámara de Apelaciones de Comodoro Rivadavia rechazó el pedido de aborto.
Los jueces afirmaron que, tal como reconoce la legislación vigente, el derecho a la vida es el primer derecho humano y que el art. 86 de Código Penal es inconstitucional.

Por Mónica del Río

La Cámara de Apelaciones de Comodoro Rivadavia confirmó la sentencia de la jueza de Familia Verónica Daniela Robert y rechazó nuevamente el pedido de aborto que había hecho la madre de la adolescente de 15 años embarazada tras una violación (Vid Notividas: 651, 652, 653, 654, 655, 656, 658 y 660). La joven, que lleva 17 semanas de gestación, habría sido violada por el concubino de su madre. Las vejaciones y violaciones se habrían estado produciendo desde que tenía 11 años.

Los jueces de cámara Julio Alexandre y Fernando Nahuelanca consideraron que al autorizar el aborto se violaría irremediablemente el derecho a la vida de la persona por nacer.

Alexandre sostuvo que la legislación vigente garantiza el derecho a la vida y que el art. 86 del Código Penal que contiene dos excusas absolutorias para los casos de aborto es inconstitucional. De todos modos, el Código Penal exige para que operen las excusas absolutorias, que el peligro para la vida o la salud de la madre "no pueda ser evitado por otros medios" y no se ha probado en el expediente, afirmó el camarista, que el daño psíquico alegado para pedir el aborto no "pueda ser mitigado por otros medios".

En el mismo sentido se expidió el Juez Nahuelanca que recordó que el art. 18 de la Constitución provincial garantiza el derecho "a la vida desde su concepción".

El tercer miembro del Tribunal, la camarista Nélida Susana Melero votó en disidencia. La sentencia podría ser apelada ante el Superior Tribunal de Justicia de Chubut.

Hoy triunfó la Vida

Y el triunfo de la Vida es el triunfo de todos: de los que rezaron, de los magistrados actuantes, de los que están dispuestos a adoptar el bebé, de los que ofrecieron ayuda para la joven madre y su familia, de los que emitieron comunicados, de los que escribieron cartas de lectores, de los que mandaron mails, de los que informaron, de los que replicaron las noticias en sus medios, de los que las multiplicaron en las redes sociales. Es el triunfo de la militancia provida pero es también el triunfo de la sociedad en su conjunto porque –lo sepamos o no, lo busquemos o no- hoy hemos preservado la base de la convivencia humana: el derecho a la vida

Felicite a los magistrados

Para felicitar a los jueces que preservaron la salud de la joven madre y salvaguardaron la vida del hijo (la Jueza de familia Verónica Robert y los camaristas Julio Alexandre y Fernando Nahuelanca) pulse aquí

 


 

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